No importaba el calor, el gentío o los condicionantes del camino. Almonte volvió a demostrar, una vez más, la explosión de júbilo y la unión de todo un pueblo en torno a su patrona, la Virgen del Rocío, que ya descansa en la parroquia de la Asunción almonteña después de casi veintiuna horas de procesión, en uno de los traslados más multitudinarios que se recuerdan.
A las tres menos cuarto de la tarde, y una vez concluidos los actos del Rocío Chico, los almonteños saltaban la reja y tomaban las andas de la Virgen, vestida con el nuevo traje de Pastora, del que destacaba sobremanera la nueva esclavina en tono rosa empolvado. Las calles del recorrido de la Virgen se encontraban profusamente adornadas, como es el caso de la calle La Romería, con un continuo arco de cadenetas acompañado del que ha preparado la Hermandad de Huelva, así como otros elementos decorativos preparados por otras filiales en sus casas de hermandad.
Sobre las ocho y media de la tarde, la Blanca Paloma era entronizada en el altar llamado ‘del pañito’, en el camino de los Llanos, donde era velada con el nuevo guardapolvo diseñado por José Manuel de la Vega, momento acompañado por rezo continuo de las salves y las salvas de escopetas que anunciaban que la Virgen iba hasta su pueblo.
Tras transitar durante toda la madrugada, arropada por miles de fieles, los quince kilómetros del camino de los Llanos, la imagen era desvelada, como manda la tradición, en torno a las siete y media de la mañana en el alto del Molinillo, en el Chaparral, iniciándose así una procesión de casi cuatro horas por las calles engalanadas del pueblo, donde la esperaban multitud de cantos, salves, y petaladas, destacando la que le ha dedicado el Ayuntamiento a sus puertas.
De nuevo, el paso por debajo de los arcos de la nueva catedral efímera, culminaba en torno a las 12 menos cuarto del mediodía, cuando la Virgen cruzaba el dintel de la parroquia, decorada con una paloma alusiva a su advocación, entre el fervor de todos los devotos, poniendo el broche a una intensa venida. Acontecimientos que suceden cada siete años y que dejan un recuerdo muy especial, sobre todo para los almonteños, cuyos mayores han visto, de nuevo, a la Pastora en su pueblo.
De esta manera, se da inicio a una estancia de nueve meses, donde las salves y las guardias a la patrona de Almonte serán la tónica general. Un tiempo, que también provocará un mayor auge en la vida del pueblo almonteño, y que, seguro, pasará volando.