La luna tuvo la culpa del nacimiento de los corrales. El ciclo lunar, que determina el avance o retroceso de las mareas, marca también en el calendario de muchos hombres y mujeres de Chipiona (Cádiz) el momento de acudir a la playa a practicar una actividad que ya conocieron sus antepasados. Su destino son los corrales de pesca, estructuras que, a modo de enormes trampas de roca, facilitan la captura de peces y otras especies marinas, que llegan con la subida de la marea y quedan atrapados en su interior cuando ésta baja. Se trata de una práctica nacida hace varios siglos y de la que hoy solo queda presencia en una parte del litoral gaditano. Únicamente Chipiona, junto con Rota y Sanlúcar de Barrameda, cuentan con corrales en todo el territorio nacional.
Preservar esta práctica, de reconocido valor cultural y medioambiental, es uno de los objetivos del Gobierno de Andalucía. «Los corrales son enclaves naturales de una gran importancia social», valora el director general de Pesca y Acuicultura de la Junta, José Manuel Martínez Malía, que subraya la necesidad de ofrecerles una protección adecuada. El Gobierno autonómico va a regular por primera vez estos espacios y prevé que la revisión de los Grupos de Desarrollo Pesquero abra la puerta a que las asociaciones dedicadas a esta pesca a pie reciban ayudas.
Sus particulares características condicionan que en la gestión de los corrales intervengan varias administraciones. Por su ubicación en primera línea de costa, pertenecen al dominio público marítimo terrestre, competencia del Gobierno central. No obstante, al tratarse de aguas interiores, su regulación corresponde a la Junta de Andalucía. Finalmente, los ayuntamientos de las poblaciones implicadas tienen una concesión administrativa, que -en el caso de Chipiona- se cede a un tercero, la asociación Jarife, que lleva a cabo la gestión directa.
Solo los días que presentan ‘mareas vivas’ (con luna llena o luna nueva) son óptimos para realizar la pesca o recolección en estos espacios, al alcanzar el mar su cota más alta y más baja. En estos días, los momentos más productivos para la pesca a pie se registran a primera hora de la mañana o de la noche. Por el contrario, las jornadas de ‘mareas muertas’ (por encontrarse la luna en cuarto creciente o menguante) quedan descartadas para esta actividad.
Existe bibliografía que apunta a la época romana como origen histórico de los corrales, aunque no se dispone de documentación concluyente. «Algunos documentos los sitúan antes de que Chipiona existiera como población», explica Raimundo Díaz, secretario de la Asociación de Mariscadores de Corrales de Chipiona ‘Jarife’ y gran conocedor de esta actividad de enorme arraigo en la localidad. De hecho, no fue hasta julio de 1477 cuando Chipiona obtuvo por Rodrigo Ponce de León su carta puebla o privilegio de población.
Hondo, Chico, Canaleta del Diablo, Mariño, Nuevo, Cabito, Trapillo, La Longuera y Montijo -este último, doble- son los nueve corrales que se distribuyen por los 12,6 kilómetros de costa chipionera. Las especies que en ellos pueden capturarse van desde la corvina al pulpo, pasando por el choco, el boquerón, la sardina, la dorada, el lenguado, el camarón, distintos tipos de cangrejo y el erizo, entre otros. Siempre se destinan al autoconsumo, porque los corrales no acogen una actividad profesional y, por tanto, no puede comercializarse con sus especies.
En el trazado de rocas que dibujan los corrales no existen diferencias de sexos ni de edad. Aunque la presencia masculina es predominante, al menos un 10% de los pescadores a pie son mujeres. No obstante, sí suele haber algunas distinciones en las modalidades. «El hombre se decanta más por la captura activa; la mujer, por la recolección de moluscos», explica Díaz.
‘Ir a la marea’, como los propios pescadores a pie lo denominan, es una práctica que refuerza la pertenencia al pueblo y sirve de nexo de unión de familias enteras. Son muchos los casos de niños que han crecido yendo a los corrales y que, ya de adultos, participan en la actividad acompañados por sus padres e hijos. «Hemos llegado a tener a cuatro miembros de una misma familia acudiendo juntos», señala el secretario de Jarife.
Raimundo Díaz rememora también los casos de algunos vecinos a los que ni la edad ni la enfermedad han disuadido de seguir participando en una actividad que ha marcado su vida. «Ha habido casos como el de Francisco ‘Aguilita’, que falleció con 88 años y bajaba dos veces a la marea casi hasta su muerte, o el de Joaquín Cebrián, al que después de sufrir un ictus sus hijos llevaban a la playa en silla de ruedas», recuerda.
Para pescar en un corral es obligatorio contar con el permiso correspondiente. Además de tratarse de una actividad extractiva propia de expertos, tiene un importante papel ecológico en el ciclo de la vida de muchas especies. Acceder a ellos cuando no se es personal cualificado y tomar algún ejemplar puede suponer la eliminación de la base de la cadena alimenticia y contribuir a la desaparición de un ecosistema y de unas especies únicas.
Cada corral de pesca tiene un catador, responsable de su mantenimiento y primera persona autorizada al año para entrar en él a pescar. Su elección se realiza en Chipiona entre los candidatos de la asociación Jarife que se presentan anualmente y son elegidos por el resto de los socios. No obstante, todos los integrantes de la entidad han de realizar también alguna prestación o actividad relacionada con los corrales al menos una vez al año.
De piedra y mar
La estructura de un corral es todo un ejemplo de conocimiento del medio marino. El elemento más visible es una pared principal de piedra, que puede llegar a un máximo de 2 o 3 metros de anchura y unos 2 o 2,5 metros de altura. Estas piedras han sido colocadas por el hombre, pero han terminado por compactarse y afianzarse en una masa sólida por la acción natural de ostiones, algas, escaramujos (crustáceos que se adhieren a rocas y barcos) y otras especies, que funcionan como cemento natural. Dicha pared se sustenta sobre una base sólida llamada zapata, que queda oculta.
La pared cuenta, además, con una serie de aperturas o caños que facilitan que el agua embalsada dentro del corral siga saliendo cuando el nivel del mar ha quedado por debajo de la cota más alta. Estos caños se cubren con unas rejillas o zarzos (antiguamente confeccionados a base de sarmientos) para evitar la fuga de los animales. Con el fin de que la resistencia de la pared no se reduzca, los caños están flanqueados por refuerzos llamados estribos.
Un corral de pesca abarca una superficie de terreno que oscila entre los 40.000 y los 70.000 metros cuadrados. Para facilitar la pesca, se dividen en sectores más pequeños, cuyas paredes son de mucha menor entidad y se denominan atajos.
La sabiduría que encierran estos espacios marinos no queda solamente entre sus socios. Además de sus actividades sociales, encuentros y reuniones, la asociación Jarife cuenta con una sección de voluntariado medioambiental que trabaja a favor de la defensa y promoción de los corrales de pesca y de la protección de especies marinas.
Así, organiza visitas turísticas para dar a conocer la pesca a pie, pero también campañas de sensibilización entre escolares sobre los riesgos de la pesca de inmaduros, limpieza de playas, concienciación con el entorno marino (playa y mar) y otras muchas actuaciones.
Reconocimiento y protección
Consciente de la relevancia de los corrales y de las personas que los mantienen vivos, la Junta de Andalucía trabaja para preservar y revalorizar este patrimonio cultural. El director general de Pesca y Acuicultura, José Manuel Martínez Malía, avanza que el decreto que, por primera vez, regulará en la comunidad las aguas interiores – actualmente en elaboración- prestará una atención específica a los corrales de pesca. «El objetivo fundamental es el cuidado de esas estructuras y su conservación», precisa.
Entre sus principales novedades, se dará respuesta al compromiso con estos pescadores a pie para regular de forma expresa la franja que rodea a los corrales, denominada zona de abrasión o zona intermareal.
En paralelo, dentro del próximo marco de financiación europea 2021-2027, se promoverá la revisión de los Grupos de Desarrollo Pesquero y las ayudas para la diversificación. Dentro de esta modificación -precisa José Manuel Gaiteiro, subdirector de Pesca y Acuicultura de la Junta- se abrirá una oportunidad de ayuda para las asociaciones dedicadas al mantenimiento de los corrales.
Un salto a Asia
Los corrales de Chipiona también han visitado Asia. Fue un japonés de turismo en la localidad el que comprobó que en su pueblo de origen había existido una tradición similar que se había acabado perdiendo. A raíz de ese descubrimiento, en 2010 se celebró en la isla japonesa de Ishigaki un encuentro internacional de poblaciones en las que se había practicado en algún momento la pesca con trampas de piedra. Un representante de Chipiona fue invitado a exponer su experiencia.
Utensilios para bajar a los corrales
Previamente, la isla francesa de Olerón (2000) y Chipiona (2001) habían sido los escenarios de anteriores encuentros, con representantes de España y Francia.
Hoy, esas citas se han materializado en un grupo internacional en el que, además de España -a través de Chipiona-, están representados otros países como Francia, Corea, Japón, Filipinas, Micronesia, Chile y Taiwán.
El intercambio de experiencias entre naciones ha servido para unir esfuerzos y contribuir a que no muera esta actividad enmarcada entre laberintos de roca. Unas líneas de piedra que, además de unir continentes y épocas, encarnan aún hoy el vínculo indestructible del ser humano con el mar y el cielo.