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Chaves Nogales alaba en su ensayo ‘La ciudad’ la elevada calidad de la imaginería que procesiona en Sevilla durante la Semana Santa

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El periodista Manuel Chaves Nogales alaba en su ensayo ‘La ciudad’ la elevada calidad de la imaginería que procesiona en Sevilla durante la Semana Santa, un conjunto de obras de arte en las que «la belleza fue conseguida sin que el dolor quedase sometido».

En Málaga, una guía de 1866 describía con minuciosidad a todas las cofradías con sede en las parroquias de la capital y, en concreto, a las ubicadas en las de Santiago y San Juan, de las que decía que «ostentan sumo lujo y magnificencia» y «rivalizan en riqueza y ostentación». En 1892, un turista francés que había sido testigo de la Semana Santa de Cádiz publicó a su regreso en la revista ‘La Ilustración de París’ sus impresiones, abundando en aspectos concretos como el lujo de las vestiduras, las insignias bordadas en oro, los guantes y los zapatos de la comitiva.

De gran importancia económica e histórica, pero también sentimental, el patrimonio cofrade andaluz reviste un valor incalculable. Por ello, la conservación de estos bienes y enseres requiere de conocimientos adecuados que deben aplicar profesionales expertos. Tan importante como mantenerlos en buen estado es conservar la esencia del artista a la hora de restaurarlos, poniendo un cuidado especial en no alterar elementos fundamentales de las obras. De hecho, en ocasiones pueden llegar a ejecutarse intervenciones que suponen, en la práctica, un cambio casi radical.
«Retallar una escultura le resta valor histórico», sostiene la restauradora Carmen Bermúdez, doctora en Bellas Artes y profesora titular en el Grado de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de la Universidad de Granada, que añade que «el valor del patrimonio lo otorga la Historia, no podemos decidirlo de antemano». Autora de la ‘Guía básica para la conservación del patrimonio cofrade’, Bermúdez reivindica la necesidad de acudir a profesionales para el cuidado de las obras de arte, recuperándolas sin alterarlas. «Es una cuestión de respeto por la propia obra y por su autor», incide.

La imaginería se encuentra en el centro de todas las miradas. Movidos por la devoción o la admiración artística, los ojos se posan antes en las imágenes titulares que en cualquier otro elemento. Conservarlas durante todo el año precisa de unos pasos básicos. Al hablar de besapiés o besamanos, por ejemplo, Carmen Bermúdez recuerda el deterioro que el roce persistente puede provocar en las tallas. «Podemos aprender de lo que hemos hecho durante la pandemia -asegura- e intentar mantener con las obras cierta distancia, como podría ser el besar algo de la imagen, una estola o un pañuelo, pero no la imagen en sí». De hecho, el contacto reiterado con unos labios o unas manos termina llevándose la policromía y dejando al descubierto la madera, una circunstancia que habría que evitar porque, como sostiene la restauradora, «la devoción no se mide por el grado de deterioro de la imagen».

La necesidad de la sujeción de los elementos que pueden desprenderse, como potencias o coronas, y el empleo de plásticos y otras prendas para proteger de la lluvia son aspectos ampliamente conocidos para las salidas procesionales y los traslados, pero ¿cómo se realiza el mantenimiento de las imágenes titulares durante el resto del año?.

La restauradora Carmen Bermúdez apunta a la iluminación como uno de los principales factores a controlar. Ojo, de este modo, a los haces de luz para resaltar el esplendor de la talla. «Todo foco con radiación ultravioleta daña la escultura y la temperatura puede llegar a destrozar la policromía», confirma la doctora en Bellas Artes, que apunta al empleo de luces LED -«con poca radiación y calor»- como una de las soluciones para superar este problema.

Aún más dañina puede resultar la humedad para la obra. «Si el nivel de humedad es estable, la madera también lo es; si la humedad cambia, la madera fluctúa, exuda resina, los clavos pueden provocar grietas, la policromía salta…», explica.

Y, no por evidente, menos relevante es la limpieza de la escultura. Tanto el polvo como la contaminación atmosférica depositan partículas sobre la superficie de la obra que alteran la policromía. El polvo llega a endurecerse con el paso del tiempo y es difícil de eliminar. Pero, además, atrae más humedad y favorece la proliferación sobre la talla de hongos y bacterias que también la perjudican. Aquí ya es fundamental la intervención de expertos. «No es suficiente con utilizar un plumero; para eliminar las partículas ácidas y grasas se utilizan medios mecánicos y productos más agresivos, y para ello debe intervenir un profesional», señala Bermúdez.

Tejidos y orfebrería

El resto de elementos que acompañan en una cofradía a las imágenes titulares y secundarias requiere también, atendiendo a sus especiales características, unos cuidados determinados.

En el caso de los tejidos, se trata, igualmente, de elementos muy costosos tanto por sus dimensiones como por la mano de obra implícita en su elaboración. Son telas con bordados, hilos metálicos o con baños de oro y plata, realces, rellenos, incrustaciones, espejuelos, piedras preciosas, marfil, nácar… «No todos pueden tratarse de la misma manera», expone la restauradora, que matiza que también con estos materiales, al igual que con la orfebrería, los cuidados pivotan en torno a la limpieza, la luz y la humedad como factores principales.

La orfebrería presente en forma de varales, jarrones o candelabros puede ser también de un gran valor e incluso de una antigüedad en muchas ocasiones superior a la propia imagen. En este campo, es muy importante conocer el material a la hora de afrontar una actuación. «No es cuestión de utilizar limpiametales y punto. Puede que nos estemos encontrando, no ante un objeto de plata maciza, sino de latón con baño de plata, y el limpiametales es corrosivo y podría desgastarlo hasta eliminarlo, además de hacer desaparecer soldaduras, engarces, contrastes de orfebre o inscripciones históricas», lamenta.

Ante todos estos aspectos, Carmen Bermúdez destaca la importante contribución de los restauradores para devolver a las obras su esplendor sin alterarlas en origen. Una tendencia creciente en Andalucía en los últimos años es, asegura, contar con estos profesionales e incluso tenerlos ‘en nómina’, algo que ya está presente en algunas hermandades y cofradías para asesorar y ejecutar los retoques que precise su patrimonio. Un cambio que la catedrática celebra porque ello redunda en la conservación de los bienes culturales. «Al fin y al cabo -asegura- para un restaurador, lo
mejor es que la obra, cuando llegue a sus manos, lo haga en las mejores condiciones posibles».

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