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Trigueros, lugar de capeas

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Sólo lo recordarán ya quienes peinan canas, porque esos días de campo y fiesta fueron únicos e irrepetibles para quienes pudieron disfrutarlos. Pero también porque las sucesivas y necesarias obras llevadas a cabo por la Junta de Andalucía para la puesta en valor del onubense Dolmen de Soto hacen hoy inimaginables las estampas que ilustran este reportaje y que fueron tomadas en la década de los 60 en la finca La Lobita de Trigueros, donde ya no queda el más mínimo rastro de ese modesto coso taurino que se levantó junto al túmulo y donde los aficionados triguereños, de Niebla, Beas o de la pedanía de Candón acudían en tropel, con familiares o amigos, a ver las capeas.

Las fotografías proceden del álbum familiar de los marqueses de Seoane, dueños de la señera ganadería Prieto de la Cal y de la finca La Ruiza, la cual adquirieron a mediados del pasado siglo con la casa solariega edificada a mitad del XIX por la familia de Armando de Soto y Morillas, el descubridor en 1923 de este dolmen reconocido como una de las mayores proezas arquitectónicas del megalitismo funerario occidental, sólo a la altura de los de Antequera, Bagneux (Francia), Maeshowe (Escocia) o Newgrange (Irlanda). La casa del guarda, cuya construcción sobre el cabezo del Zancarrón desencadenaría el hallazgo de la cámara funeraria, se puede divisar al fondo en varias de las instantáneas cedidas por el hierro.

Justo donde hace unos cinco milenios la Humanidad empezaba a trascender y a rendir homenaje a sus muertos, se terminó levantando una placita para celebrar minifestejos taurinos, ese espectáculo también ancestral que «preside la muerte», como dejara escrito Wenceslao Fernández Flores. Junto a la tumba de nuestros remotos antepasados, en concreto ante uno de los monumentos megalíticos de Europa que luce más estelas armadas (e inopinadamente medianeras), los novilleros de Huelva aprendían a torear y dar muerte con la espada a esos fabulosos ejemplares jaboneros de Prieto de la Cal a los que, en las fotos, se les puede adivinar el juego eterno que proporciona su bravura en el tercio de varas.

A algunas capeas lindantes con el Dolmen de Soto asistieron personalidades mundiales tan extraordinarias como Rita Hayworth allá por octubre del 52, cuando vio a Miguel Báez ‘Litri’ vestido de corto desde el coqueto burladero reservado para los marqueses de Seoane. En lo sucesivo, más de una vecina de la zona presumiría de haber podido sentar sus posaderas justo en el mismo hueco que ocupara la estrella de Hollywood hija de Eduardo Cansino, vecino de Castilleja de la Cuesta que emigró a Estados Unidos para intentar ganarse la vida como bailarín y engendrar uno de los mitos eternos del celuloide: Margarita Carmen Cansino, la protagonista de ‘Gilda’.

Pero más legendario si cabe es el dolmen, declarado Monumento Histórico-Artístico del Tesoro Artístico Nacional en 1931. No es casualidad, desde luego, que el arqueólogo alemán Hugo Obermaier, quien hizo público el descubrimiento tras asumir las excavaciones que se prolongarían durante tres años, pasara a ocupar prácticamente a continuación la Cátedra de ‘Historia Primitiva del Hombre’ en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. Hablamos de 21,5 metros de galería orientada a conciencia hacia el este para lograr la máxima iluminación coincidiendo cada año con los equinoccios de primavera y otoño, de modo que la luz del sol se impondrá por siempre a las sombras mortales brindando la eternidad a los más añorados.

Los albañiles contratados por Armando de Soto para levantar la casa del guarda localizaron ocho cadáveres: hombres, mujeres y un menor que yacían en cuclillas (uno a la entrada, cinco en el corredor y dos en la cámara) apoyados sobre algunos de los ortostatos con más grabados. Estaban junto a sus ajuares, ricos en recipientes cerámicos (cuencos, vasos, platos…), cuchillos de sílex, productos líticos tallados, hachas de piedra pulida, conchas de peregrino, ofrendas alimentarias… pero, por desgracia, no se pueden contemplar en ningún museo por lo laxo de la legislación de la
época.

Empero, tras la adquisición de los terrenos por la Junta de Andalucía en 1987 se han podido desarrollar varios estudios arqueológicos que han desvelado desde el origen ‘stonehengiano’ del monumento (el círculo primigenio de menhires que serían los reutilizados finalmente para construir el dolmen) hasta restos de pigmentos rupestres que nos obligan a imaginar cómo debían lucir esas grandes piedras pintadas de negro y rojo con blanco en la base.

La colina artificial de 3,5 metros de altura del túmulo, aprovechando su estructura de corredor, fue la que sirvió de referencia para trazar la circunferencia e improvisar el palquillo presidencial de esta plaza de tientas cuyo uso recreativo iría decayendo hasta principios de la década de los 80, cuando el Gobierno de Andalucía dio el paso definitivo para hacerse con los terrenos y facilitar tanto los trabajos arqueológicos de los especialistas como el acceso libre del público.

Hoy en día, el Dolmen de Soto es uno de los grandes reclamos que conforman la oferta onubense para el turista cultural, donde entre otros elementos impresiona la representación de constelaciones incisas en la piedra. Pero este enclave mágico sigue trayendo paralelamente recuerdos muy gratos a la afición taurina local, que disfrutaba por igual las capeas y la belleza también animal del famoseo que se citaba a la vera de tan enorme como discreto mausoleo.

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