«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír (Lc 4,21). Un hoy que nunca se convertirá en ayer, tan actual en la sinagoga de Nazaret como entre nosotros. Cristo, el que es, el que era, y ha de venir, el todopoderoso (Ap 1,8), el ungido por el Espíritu realiza su misión, evangelizando a los pobres, dando libertad a los cautivos, oprimidos, y vista a los ciegos. Él, hoy también, es la fuerza para los que sufren, para los débiles, convirtiendo el óleo que vamos a consagrar en signo eficaz de gracia y salvación en los sacramentos del bautismo, la confirmación, la unción de los enfermos y el orden sacerdotal».
Con estas palabras ha iniciado el obispo de Huelva, Mons. Santiago Gómez, su homilía esta mañana de Martes Santo, 12 de abril, en la Catedral, donde ha presidido la Misa Crismal de consagración del Santo Crisma y bendición de los Óleos de los Catecúmenos y de los Enfermos con una importante presencia del clero diocesano y de fieles.
El Obispo ha explicado que «la unción con óleo está íntimamente unida al misterio de Jesucristo, el nombre de Cristo significa el ungido», añadiendo que «Él estaba ungido con el Espíritu Santo, que lo une como Hijo con el Padre, y por su resurrección lo presenta ante todos los hombres como vencedor del pecado y de la muerte» y «esa es la razón por la cual en los sacramentos el óleo ha adquirido un significado salvífico».
Asimismo, Mons. Santiago Gómez ha recordado que «la celebración de esta Misa Crismal en las puertas del Triduo Pascual nos hace presente que Cristo realiza nuestra salvación pasando por la condición de Siervo, a través de la Cruz». En este sentido, ha expresado que «este es el camino que ha seguido el santificador y la propuesta para los santificados: Así como Cristo realizó la obra de la redención en la pobreza y la persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación” (LG 8c). Y «desde esta lógica evangélica tendríamos que asumir como una gracia de Dios la nueva situación histórica que a la Iglesia le toca vivir hoy: una Iglesia con una falta de recursos humanos importante –tanto de pastores como de fieles comprometidos-, y convertida frecuentemente en objeto de desafecto y desprecio», pero «este camino puede ser vivido con una vigorosa espiritualidad por nosotros sacerdotes y por todos los fieles como una oportunidad para configurarnos más perfectamente con Cristo».
El Obispo ha subrayado, igualmente que «la cultura actual nos afecta hasta tal punto que, aun queriendo ser fieles a nuestro ministerio, experimentamos en nuestra vida cotidiana conflictos que nos dividen internamente», relacionados con la fidelidad y la perseverancia, la comunión, la vida obediente y dócil a la palabra de Dios, el celibato y la pureza de corazón o la afirmación con obras y palabras de la existencia del Dios-con-nosotros.
De este modo, «podemos convertir estas luchas, estas divisiones internas y otras que padezcamos, en momentos de gracia. Si los sacerdotes, los diáconos y los laicos cristianos somos capaces de soportar esta confrontación con el mundo, con fidelidad a nuestra vocación, conscientes de cuáles son los frentes en los que se produce el debate real del Evangelio con la cultura dominante, podremos hacer de nuestra pobre y, a veces, amenazada existencia cristiana un testimonio concreto y actual del encuentro del hombre con Dios. Entonces seremos ministros de la santificación y testigos de que la vida de todas las personas, tal como ha sido querida por Dios, es posible y plena», ha indicado.
Desde la Delegación Diocesana para la Liturgia se explica que la Misa Crismal es una celebración propia del Jueves Santo que, en nuestra diócesis, al igual que sucede en muchas otras, se ha trasladado de día para facilitar la asistencia de todos los sacerdotes. Así el Martes Santo en la Misa Crismal concelebra el Obispo y su presbiterio. Es una de las celebraciones en las que se pone de relieve la plenitud sacerdotal del Obispo, que es tenido como gran sacerdote de su grey y como signo y garante de la unión de sus presbíteros con él.
Los sacerdotes renuevan ante el Obispo las promesas que hicieron el día de su ordenación, se lleva a cabo la bendición de los óleos y se consagra el crisma. El óleo es aceite de oliva. En cambio, el crisma es una mezcla de aceite de oliva y perfume. La consagración es competencia exclusiva del Obispo. Dentro del rito de consagración destaca el momento en el que el Obispo sopla en el interior del recipiente que contiene el Crisma (crismera) como signo de la efusión del Espíritu Santo.
El santo crisma y los óleos serán llevados a todas las parroquias donde, de un modo solemne y expreso, son presentados, como expresión de unidad, en la Misa Vespertina del Jueves Santo en la que se conmemora la Cena del Señor.
Como explica el Calendario Litúrgico Pastoral de la Conferencia Episcopal Española, “con el Santo Crisma consagrado por el obispo se ungen los recién bautizados, los confirmados son sellados, y se ungen las manos de los presbíteros, la cabeza de los obispos y la iglesia y los altares en su dedicación. Con el óleo de los catecúmenos, estos se preparan y disponen al Bautismo. Con el óleo de los enfermos, estos reciben el alivio en su debilidad”.