Y el tiempo se detuvo. Sus hijos saltaron a por Ella en un domingo brillante y de anhelos. Casi tres años soñando con el momento de acariciar sus andas, meter sus hombros y echarla a volar. Como el ave que abandona su nido por primera vez a la amanecía, la Blanca Paloma en su mecía recorrió el pasillo central de la Parroquia de la Asunción de Almonte que abrió sus puertas antes de lo que acostumbra, justo a las 07:26 de la mañana, tras varias horas donde sus leones mostraron su deseo de abrazo tras tres años sin poder pasearla y mostrarle al mundo el fervor y la devoción que Almonte le profesa a su patrona.
Niños que se hicieron hombres durante el tiempo de pandemia, y que con sangre rociera recorriendo sus venas a borbotones, impacientes, pero sabiendo que el momento estaba al llegar, por primera vez, con la ayuda de padres, abuelos o tíos cumplían todo lo que un día imaginaron: ser un hombre de la Virgen junto a los suyos.
Y la Virgen del Rocío traspasó el arco de la Parroquia diez minutos más tarde flotando entre almas, encontrándose con sus hijos que rotos de emoción recordaban a quiénes les enseñaron a quererla, comenzando de esta manera los primeros compases de la despedida de un pueblo que la venera, la protege y la quiere más que nadie.