El obispo de Huelva, Santiago Gómez Sierra, presidía la Vigilia Pascual en la Noche Santa de este 16 de abril acompañado por numerosos fieles que llenaron la Catedral. La celebración estuvo concelebrada por el ha presidido la Santa Misa de Resurrección del Señor, concelebrada por el vicario episcopal para la administración de los bienes diocesanos y relaciones institucionales, Jaime J. Cano, el vicario episcopal de Huelva-Ciudad, Joaquín S. Sierra, el rector del seminario, Isaac Moreno, entre otros sacerdotes, y el diácono Manuel Díaz. Auxiliaron en el altar los seminaristas y con el canto el Coro de la Santa Iglesia Catedral.
La Vigilia Pascual se iniciaba con la liturgia de la luz, a las puertas de la Catedral, con la bendición del fuego y la bendición del cirio, bellamente embellecido y encendido del fuego nuevo para simbolizar la nube luminosa del Éxodo y el Cuerpo Glorioso de Cristo. En este cirio que en esta noche es el mismo Cristo, grabado el año 2022 entre el alfa y la omega, pues Cristo, que atraviesa todo el tiempo desde el principio hasta a su fin, vivo en nuestro presente para llenarlo de luz. Así fue experimentado en la procesión de entrada cuando la Luz de Cristo del Cirio Pascual inundó la oscuridad del templo, disipando las tinieblas del corazón y el espíritu, y abriéndonos al gran acontecimiento de la historia proclamado en el pregón pascual.
A continuación, fueron proclamadas las nueve lecturas que recorren la historia de la salvación, siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo: la Creación, pasando por el sacrificio de Abrahán, el paso del Mar Rojo, la nueva Jerusalén, la salvación gratuita y universal, la fuente de la sabiduría, el corazón y el espíritu nuevos, el Bautismo como sacramento pascual donde se nos comunica la salvación obrada por Dios en Cristo y el Evangelio con el relato pascual, precedido del canto solemne del aleluya, por primera vez desde el inicio de la Cuaresma, que resonó con una especial belleza en las voces del Coro de la Catedral.
En su homilía, Mons. Santiago Gómez Sierra invitó a entrar, en esta noche de vigilia, «en la experiencia de los discípulos de Jesús y de las mujeres que lo seguían. Efectivamente, para eso estamos aquí: para entrar en el misterio que Dios ha realizado esta noche santa». De este modo se adentró en la experiencia de los discípulos de Jesús y las santas mujeres que pasaron desde el «dolor afectivo y moral, de remordimiento, de miedo» a «la admiración» ante lo que vieron sus ojos que no podía ser obra humana. «He aquí el primer signo del Acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida, y la tumba estaba abierta. Y dos hombres celestes les dicen: No está aquí, ha resucitado».
«El sepulcro vacío –continuaba el Obispo– ha sido el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección: para las mujeres y para Pedro. Sin embargo, los discípulos lo tomaron por un delirio y no las creyeron (Cfr. Lc 24,11). Los evangelios, lejos de mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, nos presentan una comunidad abatida, asustada, escéptica ante cualquier futuro que tuviera que ver con Jesús. Así, la fe de la primera comunidad cristiana se funda en el testimonio de hombres concretos, que eran conocidos y vivían entre ellos, y de mujeres, primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles, con lo que se reconoce significativamente el lugar de la mujer en la comunidad cristiana».
A partir de esa experiencia de los primeros testigos de la Resurrección, D. Santiago explicó que «entrar en la Pascua nos exige no tener miedo de la realidad, no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no eliminar las preguntas cuyas respuestas no están a nuestro alcance», y recordó la frase de San Juan Pablo II al comienzo de su pontificado: No tengáis miedo. Abrid las puertas a Cristo. «Como las mujeres que recibieron el anuncio de la resurrección, vayamos a proclamar con alegría que Cristo no está muerto, ha resucitado, ya no muere más, vive para siempre; aunque nos tengan por locos».
Contemplando la narración de la historia de la salvación en la liturgia de la Palabra, explicó que «la resurrección de Cristo es el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento y del mismo Jesús durante su vida terrenal» y animó, por tanto, a volver sobre las Escrituras «para entender y vivir la Pascua y el mundo nuevo que Dios abre en la Resurrección de Jesucristo». Acontecimiento que nos afecta por el bautismo, por lo que «no somos sólo admiradores de un acontecimiento extraordinario, sino que el sacramento del bautismo sumerge al hombre en la realidad que significa: en la muerte y resurrección de Cristo». De este modo, concluyeron sus palabras para dar paso a la tercera parte de la Vigilia Pascual, la liturgia bautismal.
Este tercer momento se iniciaba con las letanías de los santos, que daba paso a la bendición del agua, un bellísimo resumen de la teología bautismal, y la renovación de las promesas bautismales, centro de nuestra vida cristiana. Finalmente, la celebración culminó con la liturgia Eucarística, elemento central de esta Vigilia y máxima expresión del Misterio Pascual, pues en ella se renueva la Muerte y Resurrección de Jesucristo.